lunes, 24 de enero de 2011

Las bellezas de Cantabria (Homenaje)

Hace treinta años, por estas fechas, iniciábamos por estas tierras una nueva etapa sociopolítica.  Nacía nuestra Comunidad Autónoma. Al margen de los cambios que esto supuso, recuperamos el nombre de Cantabria tras varios intentos fracasados a lo largo de la historia y a pesar de quienes, sin mirar más allá de la geografía y la historia oficial aprendida, se oponían y afirmaban que era un término inventado.

Y en estas fechas actuales, casualidades de la vida, anda uno sorprendiéndose con testimonios del pasado.
En un desván pueden aparecer muchas cosas. Recuerdos de una vida, o de varias cuando el desván empezó a serlo en generaciones anteriores. Desde un triciclo metálico oxidado con el que dimos las primeras pedaladas hasta algunos libros de texto con los que peleábamos el aprobado, allá cuando el bachiller duraba seis cursos; viejas postales con breves textos llenos de cariño al dorso; documentos que dejaron de tener valor hace muchos años; programas de algunas actividades en las que participamos; algún trasto inútil; objetos, muchos objetos que tenían tanto valor sentimental que, aunque alguno se había quebrado, habían pasado a ocupar un rincón en el fondo de una caja.
Y un álbum. Un álbum de cromos. Un álbum especial porque es de las pocas cosas que poseyó  la niña de postguerra que cuidadosamente fue pegando sus cromos, allá por la mitad de la década de los cuarentas del siglo pasado.
Portada del album de cromos de los años 40 con el nombre de Cantabria
Una “reliquia” para nosotros y todo un documento de esa época desde su portada, con un título muy significativo por lo que apuntaba en el párrafo anterior, hasta la magnífica colección de imágenes, autentica memoria de gentes y paisajes, de forma de hacer fotografía, de singular visión y arte de unos fotógrafos pioneros y su legado.

Los autores de las fotografias (Homenaje) 


miércoles, 19 de enero de 2011

Millones de fotos y fotógrafos

Últimamente tengo la sensación de volver a mis inicios en esto de la imagen. Seguramente tenga mucho que ver en ello el hecho de que, intentando eliminar trastos viejos,  apareció la primera cámara con fotómetro que tuve, una Canon de medio formato, por supuesto no réflex, con la que supe, siendo un adolescente,  lo que era un accésit y con la que vi una foto mía en una exposición con el letrero de “Primer Premio Categoría Juvenil”.

 
La Canon Demi EE17 y algunas fotos que me hicieron con ella en esa época.

En Picos de Europa                          

                                   





  Salida de la cueva El Soplao después de explorar la estrecha galeria del Puente 

También influirá que últimamente he tenido ocasión de dedicar días enteros a hacer fotos y  me divierto más de nuevo con la cámara fotográfica que con la de video que, aunque me da de comer, vive una época de declive donde ya no te piden que des lo mejor de ti para que no se noten las carencias de los que dirigen el cotarro de la información audiovisual, sino que se antepone desmesuradamente en el día a día  la cantidad a la calidad.  Mis compañeros de profesión, por cierto “los últimos Mohicanos” de los reporteros gráficos, saben de lo que hablo.

Claro que aquella época, la de mis inicios me refiero, no tiene nada que ver con estos tiempos que corren. Entonces tenias que aprender por tu cuenta, especialmente si vivías en provincias. Te empapabas de la poca bibliografía especializada que existía y te dedicabas a experimentar “tirando” carretes y, por tanto gastar tus ahorros y algo más en rollos, revelados, ampliaciones,… Incluso, si eras demasiado joven y aún no disponías de ampliadora, te arriesgabas a sufrir el desprecio del dependiente de un acreditado establecimiento fotográfico al reclamar por una ampliación mal hecha.
Ahora, afortunadamente, la fotografía, como otras muchas facetas, se ha hecho más accesible. Vivimos el boom de la época digital, lo que en principio ha convertido a cualquiera en fotógrafo y, por consiguiente, la calidad de los álbumes familiares, hoy sin hojas autoadhesivas y ocultos en disco duro del ordenador, han mejorado considerablemente. Además, al no tener más costo que el propio del equipo, anima a “disparar” a todo y así tener una foto de cada rincón por el que pasamos en vacaciones,  miles de nuestra chica, centenares de los niños, y hasta una docena de la suegra. Internet permite “exponer” y compartir desde las fotos más creativas a los peores retratos de nuestros momentos inconfesables. Millones de fotos cuelgan en la gran sala expositiva de la red. Sus foros, junto con las múltiples  publicaciones y revistas aportan diariamente, a veces resultando repetitivas, amplia información al que quiera saber. Hasta los conocimientos de los “maestros” son más accesibles para todos y podemos, en webs y blogs, admirar e inspirarnos de magníficos trabajos, algunos de modestos y desconocidos aficionados.
Como consecuencia, también han surgido como setas “profesionales con gran experiencia” y cantidad de cursos –menos mal que algunos solo los titulan de “iniciación”- de los cuales no todos ofertan un programa adecuado  o hacen creer que con el Photoshop cualquier foto será digna de la portada del “Times”. También  hay quien, después de sacar un bonito retrato de su padre sin desenfocar, una gran ola rompiendo contra el acantilado y las rosas de su prima con un bonito color rojo, se les ha puesto la vena de “artista”, creadores fotográficos de “alto nivel” que, si se les da mucha cancha, pueden resultar abrumadores.