domingo, 6 de febrero de 2011

Volví a nacer

6 de febrero. Entre las 8 y las 9 de la mañana. Un instante. Hielo y nieve. Un resbalón en el abismo. Sin posibilidad de asirme al mundo. Caigo. Vuelo. La vida y la muerte entrecruzan su camino, me rodean e intentan llevarme con ellas. Un segundo, quizá más, sigo cayendo, imposible detenerse antes de las rocas del valle. Choco. Salgo por los aires. Vuelvo a caer. Deslizo por la nieve. Me pongo de pie. Un indescriptible y profundo dolor me invade desde la pierna y vuelvo a caer. Pienso, luego vivo. Me cuesta respirar porque siento que algo se clava en mi pecho…
Después de tantos años, conservo muy claros aquellos instantes que ocurrieron tan rápido y que tardé varios días, ya en el hospital, en recordarlos en orden. Durante bastantes años celebré mi cumpleaños en esa fecha ya que aquel soleado día de febrero “volví a nacer”, quizá porque en ese año, 1977, tenía destinado vivir, pese a ser entonces adolescente, otros trágicos acontecimientos que me pondrían a prueba y condicionarían en adelante mi forma de ver la vida.
No he olvidado tampoco, y puedo ver sus rostros esforzados y sudorosos, a los compañeros que me sacaron de allí. Y aunque algunos ya se fueron, incluso, paradojas de la vida, en accidentes en la montaña mientras se ganaban el sueldo mensual, y otros continuaron con los años rumbos distintos y tal vez nunca lean estas líneas, siempre estarán en mi recuerdo. Con otros tuve la suerte de vivir posteriores experiencias que nos enriquecieron y nos ayudaron a madurar, a valorar más la vida, las pequeñas cosas y las personas. Artífices todos de un excelente rescate. La cómoda camilla que confeccionaron con cuerdas y piolets, lo bien que inmovilizaron mis fracturas,  lo confortable que hicieron mi evacuación por las empinadas y agrestes laderas, la coordinación y el derroche de energía para hacerlo en tan breve espacio de tiempo, solo fue posible por la categoría humana de todos y cada uno de ellos.   
Hoy, tanto tiempo después, y en mi blog no podía dejar sin recordar a mis compañeros y así manifestarles mi gratitud. Ellos ya saben a quienes me dirijo.

El casco que me salvó la vida, con los impactos ocasionados por las rocas, y el gorro de lana que llevaba debajo.

Ya en el hospital, pasado el susto, el buen humor de mis rescatadores animó mi recuperación recreándome en miniatura para la posteridad

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