domingo, 13 de marzo de 2011

Amaya


















Dicen los expertos, los que saben leer en las piedras la historia pasada, los que perciben en la tierra las huellas de quienes pasaron por el lugar, los que divisan los rescoldos de la batalla cientos de años después, que sobre estas peñas se edificó un pueblo con sus casas y sus defensas amuralladas. Hogar de cántabros, aquellos que quiso someter Augusto, que gustaban de encaramarse en la peñas, protegidos por murallones naturales desde donde divisar la llanura, la que siglos después tomara el nombre de castilla. Y allá arriba, a 1.200 metros sobre el nivel del mar, hace 2.000 años, fueron sometidos por el ejército del Imperio Romano camino del Cantábrico, sus casas arrasadas y sus hogares reducidos a escombro.

Y dicen los expertos, los conocedores de la historia, que en este mismo lugar, de aquellas cenizas, surgió de nuevo otro pueblo. Otro Amaya que durante varios siglos continuó siendo morada de  generaciones. Y creció y, de nuevo, se hizo importante. Pero, allá por el siglo VIII, otro gran ejercido, en esta ocasión de musulmanes  en plena expansión de sus dominios, a espada y fuego volvió a hacer añicos la población y arruinar las vidas de los sobrevivientes.










Hoy todavía, sobre la peña, hileras de escombros de piedra recuerdan calles y casas. Algún arbolito lucha por prosperar. Y debajo, al pie de los farallones, rodeado de campos de cultivo y con medio centenar de almas, el pueblecito  de Amaya sigue manteniendo habitada la zona.


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