martes, 9 de agosto de 2011

Recuerdo su mirada

Trabajaba en los trasbordadores que llevaban a personas y vehículos de un lado al otro del río, cerca de Lago Agrio en la provincia de Sucumbios, en la Amazonía ecuatoriana. Vendía unos deliciosos bocadillos hechos con banana frita rellena de queso fresco. Una delicia.
Nos observaba muy atenta, como lo hacían todos los niños ante nuestra presencia extranjera. Hija de colonos llegados con el espejismo de riqueza que las explotaciones petrolíferas parecían ofrecer, empezaban a padecer la pobreza que la abundante mano de obra dejaba al sacar las bombas automáticas el crudo de los pozos. Sin ir a la escuela para poder ayudar económicamente en casa, en una región sin médicos para atender los problemas de salud que la alta contaminación procedente de las extracciones y las averías de los oleoductos había extendido por la zona, éramos, sin duda, la novedad que rompía aquel día su rutina habitual.
Hoy, seguramente, será una de los lugareños que luchan por que se haga justicia. Para que Texaco cumpla sus compromisos de descontaminación y retirada de balsas con desechos altamente contaminantes o que indemnice por la contaminación del suelo y del agua, por la deforestación, por los problemas de salud y los daños causados. Mientras, yo mantengo nítido en el recuerdo las cisternas de la empresa petrolera deshaciéndose de residuos en los arroyos, las excavadoras, como en la escena de Avatar, arrasando la selva en un constante avance y la preocupación que nos trasladaban las madres por el aumento de enfermedades de sus hijos, principalmente cutáneas, y, paradojas de la cuenca del Amazonas, la falta de agua potable. Pero, sobre todo, recuerdo su mirada y la sonrisa que me regaló al hacer la foto.

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