Compartiendo los rancios colores
Cuando se ha vivido intensamente cada momento especial, cada lugar peculiar, cada exploración nueva,… se han acumulado tantas vivencias que inevitablemente te moldea la forma de ver el mundo y de comprender a la humanidad. Cuando se ha dado más prioridad a viajar por el mundo, y por la vida, que a hacerlo confortablemente, más a la intensidad que a la comodidad, acaba uno acumulando un enorme baúl de variados recuerdos.
De vez en cuando, rebuscar en el baúl te permite revivir experiencias y momentos, recordar lugares, añorar amistades que lo fueron reales, de las que lo demostraron en los malos momentos, a las que ataste tu vida, literalmente, para con la vida de uno proteger a la del otro.
Ahora que los tiempos y las nuevas tecnologías obligan a revisar, a golpe de escáner y digitalización, miles de diapositivas y negativos, interminables horas de grabaciones sonoras y películas “Súper 8”, viejos relatos manuscritos,… toca reordenar fechas y recuerdos, pero también compartir, en lo posible, añejas sensaciones e irrepetibles imágenes de lugares, ahora modificados, como ya nadie más los conocerá. Compartir también imágenes únicas con la marca inconfundible, y los rancios colores, que dejó sobre la película o el papel el paso del tiempo, con el sello inconfundiblemente del siglo pasado:
-En el puerto de Lunada camino del Castro Valnera, en marzo del 76, iniciándonos en el uso de los piolets (prestados, por cierto).
-Entrenamientos de técnicas espeleológicas para rescate en verticales (Puente del Diablo, año 1977). Lamentablemente, unos meses después tuvimos que ejecutar lo que habíamos practicado en un rescate real en una sima.
-Fotografiando la Galería Gorda de El Soplao mediante diferentes técnicas: Con varios flashes simultáneos o mediante la ignición de varias cargas de magnesio (año 1977).
-Ascensión a la Tabla de Lechugales (2.444 mts), Picos de Europa, desde Mogrovejo con vivac en la cima el 5 de enero de 1978.
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