sábado, 4 de enero de 2014

El dios caído que no termina de resucitar


Siempre me fascinó este lugar. La primera vez que lo visité de niño me sorprendieron, además de la grandiosidad del edificio,  las enormes vitrinas con una extensa exposición de minerales y animales disecados de varios continentes, el piano estropeado y desafinado abandonado en un cuarto con viejos y apolillados pupitres. Y el polvo… el polvo que lo cubría todo. Me produjo tristeza la sensación de abandono de todas aquellas cosas interesantes pese a que en verano allí se impartían cursos y seminarios.
Años más tarde, tuve la ocasión de volver con motivo del inicio de la restauración y contemplé cómo caídos  por los pasillos se esparcían restos de la decoración,  grietas en los muros, cristales rotos... pero sobretodo, me encontré una estampa propia de un dios caído, de la magnífica obra fruto del buen hacer de artesanos y arquitectos desvencijada por el paso del tiempo y el abandono como también lo estaba aquella enorme imagen de Cristo crucificado iluminada por el rayo de luz de una ventana y que encontré tirada en el suelo y cubierta de polvo. ¡Cuánto lamenté aquel día no llevar mi cámara!

He vuelto ahora que las voluntades políticas y económicas vuelven a detener la restauración y provocar incertidumbre sobre el futuro del grandioso edificio y su destino. He llegado por el camino de guijarros bordeado de plátanos, remodelado al modo que se lleva ahora. La imponente fachada se muestra llena de esplendor, con su cara lavada y acicalada,  de rojo intenso, ladrillos y entrepaños de mampostería como la pensó Juan Martorell. Sé que mi generosidad es cuestionable, al igual que lo pueda ser mi diligencia o templanza, tal vez también mi caridad, y quizá peque de imprudente; aunque de lo que carezco sin lugar a dudas es de castidad –ni falta que hace- pero unas enormes puertas de dos hojas de bronce se han abierto de par en par a mi paso y en cada una, reclamando mi consideración, aparecen representadas tres bellas jóvenes que encarnan esas virtudes. Por cierto, magnífico diseño de portalada de Lluis Domenech i Montaner, modelado por Eusebi Arnau y fundido en los talleres de Masriera y Campins.

Puerta de las Virtudes, vestíbulo, columnas, escalera y artesonado


                                               Hoja derecha de la Puerta de las Virtudes:
                                                    Diligencia, Caridad y Templanza.

                                                Hoja izquierda de la Puerta de las Virtudes:
                                                       Largueza, Castidad y Prudencia.


Estado actual de uno de los patios interiores



                                             Iglesia en la nave central entre ambos patios


Accedí al interior del Seminario Mayor, a uno de sus patios interiores, ahora remodelado en jardín, rojo y verde boj, desde donde se contempla el cuerpo central del edificio, la majestuosa iglesia recubierta de mosaicos  y de vetada visita pues todavía espera paciente mejores tiempos que curen sus heridas y le devuelvan su esplendor. Desde una ventana de la nueva sala multiusos se ve el mar, allí cerca, tras los arboles; allí donde se aprende español se huele el mar, la mar…, afuera se oye el susurro de las olas y los días de niebla se confunde cielo y mar.



Fotografías realizadas con una cámara compacta en diciembre de 2013

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