Fue a los viejos pescadores de Deba, cuando paseaba por
el puerto, a los que oí hablar por primera vez de la leyenda. Quedé intrigado. Luego,
Antxon, un joven que encontré sentado en
la costa contemplando la caída del sol, me contó todos los detalles. De cómo
las bellas Andrea
Madalen, viuda de
la histórica casa-torre de Zubelzu, y su hija Katalintxu, salvaron del
linchamiento en el arenal de Deba a un naufrago francés. El joven resultó ser Gastón
de Chatelnauday, hijo del Vizconde d’Aprefort, fallecido dos años antes y acérrimo
enemigo de los marinos vascos.
Me
contó Antxon que Gastón y Katalintxu se enamoraron. Así que cuando el joven francés tuvo que
regresar tras recibir un mensaje de su madre exigiéndole su vuelta o le
repudiaría como hijo y se le consideraría traidor a la patria, la pena invadió a
la pareja y prometiron reunirse, incluso, mas allá de la muerte. Con la ausencia, pronto la débil
Katalintxu enfermó y su madre decidió
partir con ella a Francia para reunirla con su amante. Unos días antes de
emprender viaje, fondeó en la bahía una
nave inglesa. El contramaestre comunicó a las damas la trágica noticia de la
muerte en batalla de Gastón, y entregó a Katalintxu un crucifijo
manchado de sangre. La joven sufrió una recaída y falleció. Su madre, enloqueció
de dolor y dedicó su vida a los pobres, los enfermos y, sobretodo, a la oración
ante la tumba de su hija mientras hilaba con la rueca.
En la iglesia parroquial de Deba, asegura Antxon, permaneció muchos años la rueca y, tras la lápida con los
escudos de armas de Zubelzu, descansan desde hace siglos Andrea Madalen y su
hija Katalintxu, quien cumplió con celeridad la promesa hecha a su amor Gastón
de reunirse con él, incluso, mas allá de la muerte.
Fotografías realizadas en junio de 2014
(Costa Vasca 3)
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