En esta tierra donde nací, de días nublados que intensifican
los verdes y resoles que alegran el paisaje, siempre en la lejanía hay una
línea azul. Si subes a las montañas, allá donde la nieve perdura hasta el
siguiente invierno, verás valles, praderas, bosques y pueblos y, en la lejanía,
una franja azul que se junta con el cielo. Cuando por las riberas sigues el
curso de arroyos y ríos, dejando atrás vegas y desfiladeros, siempre caminas
hacia el norte, como si la rosa de los vientos hubiera marcado de antemano tu destino, hasta llegar a la sinuosa costa donde rompen
las olas contra los cantiles en días de temporal o lamen suavemente los
arenales cuando son tranquilos. Y es que siempre, al fondo, está el mar. Siempre
poniendo el fondo azul para resaltar los colores del paisaje, siempre, estés
donde estés, marcando el norte, decidiendo si llueve o hace sol, labrando día a
día, incansable, el precipicio que pone
fin a la tierra firme y conquistando nuestra atención con el ir y venir de
espuma y salitre.
martes, 14 de marzo de 2017
domingo, 5 de marzo de 2017
Hace veinticinco años
Sonó el teléfono: “¿Quieres ir a la Amazonia?” La respuesta
os la podéis imaginar…
De aquello hace ya –nada mas y nada menos- que ¡25 años!
Lo que no sabía al responder aquella pregunta era que mis anhelos de conocer otros parajes fueron ampliamente superados por las experiencias vividas, por lo que me enseñaron las
personas que allí encontré, por los descubrimientos que anteriormente ni imaginaba sobre, paradójicamente, el mundo al que pertenezco –el llamado primer mundo- visto desde la realidad
cotidiana de los pobladores del “tercer mundo” y que me supuso la confirmación
de mis temores.
Comprobé cómo, sin darnos cuenta o no queriendo saber,
muchos de nuestros actos contribuyen a que
mercaderes sin escrúpulos y especuladores creen miseria aprovechándose de
situaciones de ventaja, abusando de los que producen sus mercaderías, explotando
personas y medio ambiente o, directamente, saqueando. Vi tirar desechos de
petróleo en los ríos, vi las excavadoras avanzando sin miramientos asolando la
selva y apoderándose de los territorios en los que han habitado los indígenas
desde tiempos inmemoriales generación tras generación, vi la deforestación indiscriminada para crear cultivos de palma y la destrucción de los manglares para la cría
de langostinos a costa de de dejar sin recursos a los pobladores de la zona que
tenían su sustento en la pesca que les proporcionaba tan rico hábitat. Descubrí
un país rico en recursos y empobrecido por multinacionales con la complicidad
–siempre necesaria- de personas locales sin escrúpulos ni ética.
Entendí los aspectos mas oscuros y nefastos de un mundo
global. Cómo el capricho o la moda de comer o usar un producto de esas zonas,
incentivado por campañas bien orquestadas por los que se lucrarán sin ningún
escrúpulo, originan que las personas que llevan usándolo tradicionalmente
como lo hicieron sus padres y los padres de sus padres se vean privadas de ese imprescindible recurso porque
se encarezca o sea totalmente absorbido por la demanda exterior.
Por el contrario, tanto en las distintas comunidades indígenas (Quichuas amazónicos,
Quichuas de la Sierra, Chachis, Tsáchilas,… o en el resto de Ecuador), conocí a admirables personas, de un
alto nivel ético, generosas y comprometidas con la justicia y combatientes de
las desigualdades. Respetuosas para con los demás y trabajadoras por un mundo
mejor para sus conciudadanos. Y, sobre todo, una vez mas, volví a comprobar
cómo la gente mas humilde es la mas generosa y hospitalaria, la que comparte
todo lo que posee.
Niños Quichuas de Sarayacu
Mujeres tejiendo en la Sierra (Imbabura)
Población Negra de la Costa de Esmeraldas (Borbón, desembocadura del río Cayapas)
Joven Tsáchila lavando en el río (Zapallo Grande)
Mujeres Tsáchilas tejiendo cestos en plena selva de Esmeraldas
Playa de Atacames (Costa del Pacífico)
Del siglo pasado (17)
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